El Santuario Canino

9/23/20243 min read

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En el año 2127, el mundo había cambiado. Las ciudades eran ahora maravillas de la tecnología con edificios flotantes, vehículos voladores y parques que eran una mezcla de naturaleza y tecnología. Uno de esos parques era el Santuario Canino Estelar, un oasis verde dedicado por completo a los perros.

El santuario estaba situado en el corazón de Queretaro, una ciudad conocida por su tecnología de vanguardia y su infraestructura ecológica. El parque en sí era una maravilla: varias hectáreas de terreno exuberante y verde con arroyos artificiales que nunca se secaban, árboles robóticos que brindan sombra mientras monitorean la calidad del aire y senderos de auto-mantenimiento que siempre están limpios y seguros para patas de todos los tamaños.

Por la mañana, perros de todas las razas y tamaños se dirigían con alegría al santuario, guiados por sus dueños o por los taxis automatizados para mascotas que deambulaban por la ciudad. Al entrar en el parque, una sofisticada Inteligencia Artificial reconocía a cada perro, saludándolos por su nombre y ajustando el entorno para adaptarlo a sus preferencias.

Entre los visitantes habituales se encontraban Goyo, un curioso Golden Retriever con una habilidad especial para encontrar tesoros escondidos, Clara, una elegante galgo al que le encantaba correr con el viento, y Pie Grande, un inteligente Corgi que disfrutaba resolviendo acertijos.

La parte central del parque era el Jardín Sensorial, una área cerrada donde los perros podían experimentar entornos simulados. A Goyo le encantaba el modo Aventura en el desierto, en el que podía cavar a través de arenas interminables en busca de artefactos enterrados, mientras que Olivia prefería la Persecución alpina, corriendo a través de senderos cubiertos de nieve que nunca se derretirían.

Aquel día, mientras los perros exploraban sus lugares favoritos, llegó un nuevo visitante. Largo, un perro salchicha pequeño pero enérgico, era nuevo en la ciudad. Sus ojos se abrieron desmesuradamente mientras contemplaba las vistas y los sonidos del parque. Goyo, siempre el anfitrión acogedor, se acercó y presentó a Largo a sus amigos.

"¡Bienvenido al mejor lugar de Queretaro!" Goyo ladró emocionado. "Hay mucho que ver y hacer aquí".

Largo movió la cola con deleite. "¡Nunca había visto algo así! ¿Por dónde deberíamos empezar?"

Pie Grande, siempre el pensador estratégico, sugirió que visitaran la Plaza de la Fuente Interactiva. La fuente contaba, con chorros de agua que respondían a los movimientos de los perros, creando patrones fascinantes y salpicaduras juguetonas.

Mientras jugaban, Largo notó una sección del parque dedicada al entrenamiento de memoria y agilidad. Contaba con carreras de obstáculos holográficas que se adaptaban al nivel de capacidad de cada perro. Intrigado, decidió intentarlo. Olivia se unió, y juntos corrieron a través del recorrido, saltando obstáculos holográficos y zigzagueando a través de postes digitales.

A medida que el sol comenzaba a ponerse, las luces ambientales del parque iluminaban suavemente los caminos, guiando a los perros de regreso a la plaza central. Allí, una pantalla holográfica mostró los aspectos más destacados del día, incluida la primera carrera exitosa de Sparky en el circuito de agilidad y el sprint récord de Olivia.

Goyo, Olivia, Pie Grande y Largo se reunieron, moviendo sus colas al mismo ritmo. A pesar de las maravillas tecnológicas que los rodeaban, la simple alegría de la compañía era lo que hacía que el Santuario Canino Estelar fuera realmente especial.

Mientras se acostaban en la suave hierba, contemplando las estrellas artificiales que centelleaban en lo alto, Largo sintió un profundo sentido de pertenencia. Sabía que en este parque futurista, en medio de todas las maravillas de la tecnología, había encontrado un lugar donde siempre podría ser un perro, rodeado de amigos que entendían el vínculo eterno de la lealtad y la amistad.